miércoles, 1 de junio de 2011

MIRAR AL FUTURO SIN OLVIDAR EL PASADO

Las raíces identitarias del Hospital Santo Tomás (HST) vienen desde el año 1703. Su pasado está lleno de anécdotas  y de historias. Su creador fue el Dr, Belisario Porras, un estadista de altura. El debate que se ha generado en torno a la Torre Financiera (TF) entre la ciudadanía y el gobierno permite que se haga una reflexión desde el pasado y  el presente, para ver el futuro.


Mirada de Nuchu deja clara su postura en este tema: no nos oponemos al proyecto de la TF, pero sí nos preocupa que su construcción afecte al HST. Sabemos que la TF se verá muy bien en esa área, pero también se vería muy bonita en cualquier otra parte tratándose de un diseño de uno de los arquitectos más prestigiosos del país. Sólo nos permitimos hacer un humilde consejo al señor Presidente con todo el respeto que se merece, si es que este sencillo blog llega a su mirada: piense bien en esto, usted tiene la oportunidad de pasar a ser un gran estadista como lo fue el doctor Porras, sólo si se empeña en construir, en vez de una TF, donde una vez estuvo la embajada yanqui, un Museo del Niño Panameño, que no existe. Y si ese museo lleva una mega biblioteca infantil y juvenil que podría administrar la Academia Panameña de la Literatura Infantil con ayuda de la Biblioteca Nacional, usted estaría marcando un punto en la historia a favor de la cultura y la educación dejando una estructura que beneficiará al pueblo como lo hizo Porras con el HST.

Y si a los jardínes se le añade un poco de amor (en dólares) podríamos tener un jardín que podría compararse al ajrdín canadiense Butchart Gardens, que se construyó donde había anteriormente una fábrica de cemento.Todo eso es posible y está en una sólo decisión. Escuche a los ciudadanos que saben, a la gente pensante de este pequeño país; no es una mera oposición a sus proyectos, sino una defensa a las pocas cosas que nos ha quitado la ciega voluntad del progreso en el barrio de Bella Vista y la Exposición.

Mirada de Nuchu publica la historia del HST gracias a Juan Antonio Susto; una historia fascinante y enriquecedora que aporta mucho a nuestra identidad. También publicamos el discurso que pronunciara Belisario Porras el día 1º de septiembre de 1924; un  discurso que revela que  fue un humilde cuentero quien impulsó a Porras a construir el Elefante Blanco, porque la palabra sí cuenta. Esperamos que el lector lo disfrute y que ayude a iluminar a las autoridades. Este es nuestro pequeño aporte.



CF

Frontispicio del nuevo hospital de Santo Tomás.
Fotografía tomada en septiembre de 1958.


HISTORIA DEL HOSPITAL SANTO TOMAS
(Fragmento de un trabajo de Juan Antonio Susto)

El origen del actual Hospital de Santo Tomás arranca del año de 1703. El 11 de abril, el Obispo de Panamá, Fray Juan de Argüelles, escribió al Rey manifestándole que él había fabricado un Hospicio que venía funcionando desde el día de SANTO TOMAS DE VILLANUEVA, 22 de septiembre, para albergar en él a mujeres pobres, pues no tenían donde ser recogidas y le suplicaba que le diese el nombre de Hospital.

Desde Madrid a 5 de diciembre de 1703, el Monarca contestó al Obispo: “EL REY: Reverendo en Cristo Padre Obispo de la iglesia catedral de la ciudad de Panamá, en la provincia de Tierra Firme, de mi Consejo. En carta el 11 de abril de este año informáis los motivos que tuvisteis para fundar en esa ciudad un hospicio de curación de pobres enfermos, que ofrecéis a mi Real persona para que sea recibido debajo en mi patronato y se llame Hospital Real. Habiéndose visto en mi Consejo de las Indias, considerando que esta obra es muy piadosa y de las de primera atención y especialmente de los prelados ordinarios, he tenido por bien daros las gracias (como lo hago) de vuestro celo y aplicación a esta obra, quedando aceptado, por lo que toca a mi Fiscal, el ofrecimiento que me hacéis del patronato especifico de este hospital. Y para que se haga en forma, os ruego y encargo enviéis razón de la planta, rentas de situación y modo de gobierno o estatutos para la curación de los pobres con toda individualidad, teniendo entendido que por otro despacho de la fecha encargo al presidente de esa ciudad lo fomente por sí”.

Dicho Hospital de Santo Tomás de Villanueva fue establecido extramuros de la ciudad de Panamá, y ocupaba el área que ahora tiene el solar que da frente al “Teatro Variedades”, de esta capital. Entre 1705-08 el panameño Juan de Dios Martínez de Salas actúo como Capellán del citado hospital.

La Real Audiencia de Panamá, en carta para el Rey, de 15 de Febrero de 1724, dio cuenta del estado miserable en que hallaba el Hospital de Santo Tomás de Villanueva, “fundado por el Obispado Dr. Juan de Argüelles, para la curación de mujeres y pide algún socorro para su reedificación y mantenimiento”, y más tarde, el Obispo de Panamá, Dr. Agustín Rodríguez, en carta al Monarca, de 5 de febrero de 1730, trató de la necesidad urgente de mantener al Hospital de Santo Tomás de Villanueva, de la ciudad de Panamá.
El primer incendio ocurrido en la nueva Panamá -2 de febrero de 1737- no causó daño alguno a los Hospitales de San Juan de Dios, para hombres y Santo Tomás de Villanueva, para mujeres, como tampoco el segundo, acaecido el 31 de marzo de 1756. El de 1737 –llamado el Fuego grande- destruyó la Iglesia Catedral que era de madera, la cual tuvo que ser trasladada a la Iglesia de Santa Ana, extramuros de la ciudad; luego al Oratorio de San Felipe de Neri, el cual se quemó en 1756; la Catedral vino a pasar entonces a la Iglesia del Convento-Hospital de San Juan de Dios, y de allí a la Iglesia de San José, para volver a su nueva fábrica en 1762. 
Fray José Higinio Durán y Martel,
Obispo de Panamá (1818-1823),
co fundador del hospital de
 Santo Tomás de Villanueva, en 1819.


En el año de 1761, el Hospital de San Juan de Dios, según lo afirmó el Obispo panameño don Miguel Moreno y Ollo, tenía un buen número de religiosos, quienes mantenían unas 70 camas. El de Santo Tomás seguía su vida normal.


Con la expulsión de los Jesuitas en Panamá –agosto de 1767- sufrieron ambos hospitales la falta de cooperación que les prestaban los insignes hijos de Loyola y con la decadencia comercial del Istmo y la falta natural de los negocios, unido a todo ello las persecuciones religiosas, se fueron extinguiendo lentamente, hasta desaparecer completamente el de Dan Juan de Dios, a mediados del siglo XIX.


En noviembre de 1785, la Contaduría de Indias informó sobre la pobreza del Hospital de Santo Tomás y pidió las limosnas necesarias. Don Andrés Zamora, Administrador del Hospital de Santo Tomás, solicitó arbitrios para esa institución, en agosto de 1787.


Más tarde, la audiencia, en carta al Virrey de Santa Fe, de 10 de octubre de 1789, remitió el nuevo Reglamento del Hospital Real de San Juan de Dios. La Contaduría de Indias, en 16 de agosto de 1790, pidió un aumento de rentas y arbitrios para el mantenimiento del Hospital de Mujeres (de Santo Tomás) y al año siguiente -1791- el ya citado Andrés Zamora, Mayordomo del mismo hospital hizo hincapié en la falta de fondos para la subsistencia de esa institución. En 1793 se confeccionó, para su aprobación un Reglamento formado para el gobierno económico del Hospital Real de San Juan de Dios de Panamá, el cual fue aprobado por la Real Orden de 13 de agosto de ese año de 1793.


Con una vida más o menos lánguida el Hospital de Santo Tomás continuó prestando sus servicios. Por allí desfilaron prodigando su caridad el Bachiller José María Véliz (1800), médico de la tropa de la guarnición de la ciudad de Panamá; Vicente Robles, 24 del Cabildo, su Mayordomo (1812); el Presbítero Dionisio José Rey, su Mayordomo también (1819); Don Ventura Martínez, rico comerciante y 24 de la ciudad de Panamá, quien aportó considerable cantidad de dinero, padre del eximio médico Dr. José Pablo Martínez del Río (Nacido en Panamá el 25 de enero de 1809), que fue “una gloria de Panamá y de México”.

Dr. Francisco Javier Junguito,
Obispo de Panamá (1901-1911),
fue Capellán del Hospital Santo Tomás
y Presidente de la junta directiva
de esa institución.
En el año de 1819 se inició la fundación de un nuevo hospital bajo la advocación de SANTO TOMAS DE VILLANUEVA, con el fin de remplazar al de mujeres de este mismo nombre, por parte del Obispo de Panamá, Fray José Higinio Durán y Martel, Don Ventura Martínez y Don José María Vera. Los dos mil pesos que éste último –Vera- legó al hospital de mujeres se destinaron en 1837, por acuerdo del Obispo de Panamá, Dr. Juan José Cabarcas, y del Presidente del Consejo Municipal de Panamá, Dr. Blas Arosemena, a la conclusión del edificio que se fabricaba en la Calle del Chorrillo (después Carrera del Darién y hoy Calle “B”), para que se curasen en él los enfermos del referido hospital.

Don Vicente Alfaro, Síndico del Hospital de Caridad de Panamá (Hospital de Santo Tomás) desde abril de 1878 hasta el 11 de septiembre de 1886, dice en un INFORME:

“El Hospital Santo Tomás fue fundado en 1826 por Don Ventura Martínez para recibir mujeres pobres. La munificencia del fundador y de otras personas, lo dotaron de rentas o censos suficientes para su subsistencia; pero esos censos ya por las disposiciones de la Provincia, y por las del Estado y finalmente por la desamortización de 1862, fueron redimidos y reconocidos por las entidades nacionales y seccionales. Suprimido el Hospital de San Juan de Dios que existía en esta ciudad, para la asistencia de los hombres, el Gobierno de la Provincia ocupó el edificio del Santo Tomás, destinándolo para recibir en él los enfermos que fueron lanzados de San Juan de Dios y entonces le dio la denominación de HOSPITAL DE CARIDAD, que ha conservado hasta la fecha y delegó en una Junta Directiva su gobierno y administración (Ley 58 de la Compilación de leyes varias)”

Hay un error en el informe del señor Alfaro, según se lee en las palabras transcritas: El Hospital de Santo Tomás fue fundado en 1703, por Fray Juan de Argüelles y en 1819 el señor Ventura Martínez inició la fundación de un nuevo Hospital de Santo Tomás, de manera que para 1826 ya estaba en proceso de construcción.

Monumento al Dr. Belisario Porras, en la
ciudad de Panamá, obra de escultor español
Victoriano Macho, inaugurado el
20 de junio de 1948.

El nuevo Hospital de Santo Tomás fue concluido por los hijos de esta ciudad, con la cooperación del Chantre Presbítero José María Blanco, encargado de la obra, su padrino y luego su Mayordomo, en el mes de enero de 1842, conforme rezaba la placa que existía a la entrada del antiguo edificio del Hospital de Santo Tomás, la que fue destruida, y que debió ser conservada en el moderno y suntuoso nombre, que se yerguen en los terrenos de “El Hatillo” luego “La Exposición”. Decía ese pétreo documento:

“(E)L ILUSTRISIMO SEÑOR OBISPO DIOCESANO JOSE HIGINIO DURAN, LOS SEÑORES DON VENTURA MARTINEZ Y DON JOSE MARIA (VE)RA HAN SIDO LOS FUNDADORES DE ESTE HOSPITAL DEDICADO AL ALIVIO DE LA HUMANIDAD AFLIGIDA. –LOS HIJOS DE PANAMA RESPETANDO LA ÚLTIMA VOLUNTAD PATERNAL DE MATINZ Y DANDO LOS MEDIOS SUFICIENTES PARA CONCLUIRLO EN ADICIÓN A LA COOPERACIÓN DEL SEÑOR PADRINO DON JOSE MARIA BLANCO, LO TERMINARON EN ENERO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR 1842”.

Otra leyenda que estaba en el interior del antiguo edificio del Hospital de Santo Tomás, de la Calle “B” de esta ciudad decía:

“VENITE AD ME OMNIS, QUILABORIS ET ONERATI ESTIS ET EGO REFICIAN VOS PANAMAE PRIDIE KALENDAS JANUARII ANN DOMINI MDCCCXLII”, cuya traducción del latín es como sigue:

“Venid a mí todos los que estáis en trabajos y cargados y yo os aliviaré. Panamá 31 de enero de 1842”.

Cinco años más tarde -1847- se clausuró este hospital dejando un fondo de 2,818 reales en depósito, mientras se verificara su reapertura.
El otro hospital, el de San Juan de Dios, se destinó en 1849 exclusivamente al servicio de los atacados del cólera morbo, que devoró tantas vidas en el Istmo. Fueron médicos de este Hospital: el Bachiller Joseph María Véliz, desde abril de 1800; Bachiller Santiago Maitín; Doctor Juan Laureano Gómez; Doctor Isidro Arroyo, panameño, único médico graduado; cirujano Migual Calvo y el General y médico José Domingo Espinar (1849) también panameño, quien decía: “Cuando el General Espinar está en desgracia, vive el Doctor Espinar”.

Las persecuciones contra las órdenes religiosas, comenzadas por el Presidente de la Nueva Granada, General José Hilario López en 1850, y continuadas en 1861 por el General Tomás Cipriano de Mosquera con su célebre decreto de TUICION y con su injusto decreto de DESAMORTIZACIÓN, por los cuales suprimió las comunidades religiosas en toda la República de Colombia, confiscó sus bienes y ordenó su destierro, fueron uno de los motivos poderosos para la clausura de los hospitales de San Juan de Dios y de Santo Tomás, porque ellos eran atendidos, principalmente, por religiosos y sostenidos por la caridad pública. El de Santo Tomás abrió sus puertas nuevamente pocos años después, no así el de San Juan de Dios, cuyos claustros fueron vendidos en pública almoneda, parte a Pedro N. Merino y parte a Juan Papi y Santiago Maselli, en 1854. La iglesia de San Juan de Dios después de servir de teatro (1860), fue vendida en 1866, por el doctor Francisco Ardilla, Agente Principal de Bienes Desamortizados, a la firma Hue, Merino y Compañía, por $21,140.

Junta de Vigilancia y Fiscalización de los trabajos del nuevo
Hospital Santo Tomás, 1919.



Las Asambleas Legislativas del Estado Soberano de Panamá, en 1864 y 1867, destinaron fuertes sumas de dinero para la reparación del edificio del Hospital de Santo Tomás. La Asamblea de 1868 creó una Junta Directiva para su administración y le cedió bienes y rentas; y la de 1878 le hizo donación a esa Junta del edificio, que era propiedad del Estado. El ingeniero Don Manuel José Hurtado, fundador de la instrucción pública en el Istmo, fue Presidente de esta Junta Directiva hasta 1880.

“Desde dicho año de 1878, se emprendió la reparación del edificio (del Hospital de Santo Tomás) el cual estaba en estado de completa ruina, y se llevó a cabo la construcción de nuevas salas, hasta ponerlas en el estado en que hoy se encuentran” dice el Síndico ya citado, Don Vicente Alfaro, en su informe de 11 de septiembre de 1886. La Junta Directiva de 1878, estuvo compuesta por el Presbítero Dr. Fermin Jované, quien la presidió, el Doctor Manuel Amador Guerrero, Don Luis Ramón Alfaro, Don Constantino Arosemena, Don José García de Paredes y del Síndico Don Vicente Alfaro.

En 1882, con el producto de una función lírico-dramática dada por señoritas y caballeros distinguidos de esta ciudad, pudo construirse la sala para mujeres, pues no se les admitía a causa de prohibirlo el régimen interno allí establecido. Por lo que se ve, no se le dio cumplimiento al compromiso del año 1837, conforme al legado de Don José María Vera. El comercio local facilitó tres mil pesos, en calidad de empréstito, con el fin de construir dos salones en el fondo del edificio: uno para hombres y el otro para mujeres que sufrían epidemias.

En 1875, llegaron a Panamá, desterradas de México, las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Una vez establecidas en esta ciudad instalaron un hospital para extranjeros, en el sitio que hoy ocupa el Palacio Nacional. El Teniente de Navío Armand Reclus, en su libro “Exploraciones a los Istmos de Panamá y Darién en 1876, 1877 y 1878” (Madrid, 1881), dijo en 1876:

“…siete monasterios ocupan casi toda la superficie; el único que se encuentra en buen estado de conservación es el de la Concepción, y en él se ha podido instalar el hospital…”

Allí, en ese edificio ocupado por las Monjas de la Concepción hasta 1882, fundaron su hospital las Hermanas de la caridad, y de allí pasaron algunas Hermanas al Hospital de Santo Tomás, el cual tuvieron bajo su dirección hasta junio de 1905.

La Compañía Francesa del Canal fundó el Hospital de Ancón en el año de 1882 conocido al principio de su existencia con el nombre de “Hospital del Cerro”, el cual fue confiado a las Hermanas de la Caridad.

A fines del siglo XIX las hijas de San Vicente de Paúl tuvieron tres instituciones de caridad bajo su custodia: El Hospital de Santo Tomás, El Hospital de Extranjeros y el Hospital de Ancón.

A partir del año de 1886, fecha en que Monseñor Fermín Jované, en su carácter de Presidente de la Junta Directiva del Hospital de Santo Tomás, compró un lote a José I. Cano para el ensanche de esa Institución, se inició la era de mejoramiento del hospital, pues en los años de 1887, 1893, 1894, 1886, 1899, 1900, 1901 y 1902, adquirió más terrenos, según consta en las escrituras que reposan en el Archivo Nacional de Panamá, el cual estuvo bajo nuestra dirección de 1931 a 1955.

Refiriéndose a su situación en 1886, Don Vicente Alfaro, decía:

“Hoy reciben asistencia gratuita: 60 enfermos hombres y 20 mujeres, y hay además local para 100 pensionistas, militares y civiles, todos convenientemente alojados en salas distintas y asistidos por 8 Hermanas de la Caridad, de la Comunidad de San Vicente de Paúl, quienes por igual prodigan sus desvelos a cuantos necesitan de sus servicios, contratados por la Junta desde 1879. Las Hermanas tienen el gobierno interno del Hospital…

“En el Hospital de Caridad se reciben enfermos de todas las religiones y nacionalidades, y se ha recogido y mantienen en él varios huérfanos, que han quedado en total desamparo por muerte de sus padres. Las enfermedades reinadas han sido fiebres de todas descripciones, especialmente palúdicas, disentería, sífilis, tisis, hidropesía y enfermedades hepáticas”.

El Padre Francisco Javier Junquito, más tarde Obispo de Panamá, llegó a esta ciudad en el año de 1881, y fue durante 14 años Capellán del Hospital de Santo Tomás. En el Informe que rindió el 30 de enero de 1893, como Presidente de la Junta Directiva de esa institución, hizo enumeración de las salas que por ese entonces existían:

Sala de San Miguel (Medicina) 35 camas
Sala de San Roque (Cirugía) 20 camas
Sala de Santa Ana (Mujeres) 16 camas
Sala de San Luis (Preso) 14 camas
Por el informe rendido en el año de 1894 a la Asamblea Departamental de Panamá, por el Gobernador Don Ricardo Arango, panameño, nos enteramos que en ese año existían: dos establecimientos públicos (el Hospital de Santo Tomás y el Asilo de Bolívar); dos casas de beneficencia privada, que recibían subvención del Gobierno (el Hospital de Extranjeros y el Asilo de Malambo) y dos establecimientos que no recibían subvención del Estado (el Hospital Central de la Liquidación de la Compañía y el Asilo de Huérfanos de las Hijas de San Vicente de Paúl). En ese mismo documento, hay un párrafo muy sugestivo:


Placa de bronce que existe en el nuevo Hospital ST.
“Si, pues, los representantes oficiales de las colonias extranjeras no contribuyen ya con una cuota insignificante para auxiliar al Tesoro del Hospital de Caridad del País, por auxiliar al Hospital de extranjeros, cuando aquel recibe a sus compatriotas sin reparo alguno, justo es que los fondos oficiales con que hoy se auxilia a este último se destinen al hospital de Santo Tomás: “La Caridad bien entendida es la que comienza consigo mismo”.

Existe un nombre íntimamente ligado al Hospital de Santo Tomás, durante 29 años consecutivos y ese es el de su médico, el Doctor Manuel Amador Guerrero. Decir el Hospital de San Tomás, es decir la vida de este galeno desde 1870 a 1899, con todos sus sacrificios, todos sus amores por la humanidad doliente y en fin, toda la filantropía de que fue capaz.

Durante la guerra civil colombiana de 1899 a 1902, que ensangrentó al Istmo, este Hospital de Santo Tomás sirvió de Hospital de sangre, y al emanciparse Panamá de Colombia –en 1903- la República lo encontró en un estado deplorado. El Padre Dr. Antonio María Sanguillén, panameño, fue Presidente de la Junta Directiva en la cruenta guerra de los mil días.


Inauguración del HST por el Presidente de la República en 1924.
 “En la ciudad existen dos hospitales de sangre (septiembre, 1900). En el de la Ambulancia se encuentran los heridos gobiernistas y dos liberales, que por estar recientemente amputados de las piernas no pudieron salir cuando recibieron la orden de hacerlo; y el del Cerro a cargo y a expensas de la “Sociedad Santander” donde fueron colectados los heridos liberales, y cinco de los gobiernistas quienes se encontraban allí cuando la Sociedad tomó a su cargo los heridos que hasta entonces habían estado bajo el amparo de la munificencia de la Compañía del Canal. La “Sociedad Santander” socorre además a domicilio a muchos heridos que han preferido el ser atendidos en casas particulares.

Es digno de hacer mención es este trabajo de los doctores Manuel Coroalles, cubano; Julio Icaza, J. Santos Aguilera y Emiliano Ponce Jaén y Augusto S. Boyd, panameños; Marcos Velásquez, nicaragüense y J.J. Moreno Ponce, ecuatoriano, quienes dejaron grabados sus nombres, por mil títulos imperecederos en este hospital, por su caridad llevada al sacrificio, durante largos años.

Por el Decreto número 71 de octubre de 1905, expedido por la Secretaría de fomento, se aceptó la Orden ejecutiva del Gobierno de la Zona del Canal, fechada en Ancón a 23 de septiembre de 1905, en la cual se dispuso que el edificio del Hospital de Santo Tomás fuese reparado y ensanchado por el Gobierno de la Zona del Canal, en la siguiente forma: Un edificio principal, una sala de operaciones, habitaciones, departamentos para las Hermanas de la Caridad, una sección adicional y la lavandería.

Fueron destinados $20.000.00 para las reparaciones y $35.000.00 para la construcción de esos nuevos edificios, conforme lo mandaron las leyes 25 y 27 de 1904.

Pero la República de Panamá entregó la suma de $85.000.00 al Cajero de la Comisión del Canal Ístmico, como reembolso parcial, por gastos hechos en el Hospital, se comprometió a restablecer y mantener el Asilo Bolívar y aceptó las mejoras y adiciones hechas al Hospital de Santo Tomás, como fiel cumplimiento de lo estipulado en la Sección 11 de la orden Ejecutiva, de 3 de diciembre de 1904, del Secretario de Guerra de los Estados Unidos de América.

Conforme a la disposición del Comité Ejecutivo de la Comisión del Canal Ístmico, de 14 de junio de 1905, resultó un Convenio sobre el nombramiento de una Junta Directiva de 5 miembros y sobre el personal del Hospital de Santo Tomás. El Primer Superintendente de ese Hospital, conforme al Convenio ya citado debería ser un ciudadano norteamericano. Y para ello se nombró al Dr. Pedro de Obarrio, que nacido en Panamá, tenía la nacionalidad exigida.

En mayo de 1906 rindió el doctor de Obarrio su primer Informe, en el cual mencionó de manera especial los trabajos ejecutados por la comisión Ístmica del Canal, los que fueron comenzados en junio de 1905; el segundo Informe lo presentó en Mayo de 1908 y trató sobre la marcha de esa institución en 1907 a parte de 1908, y el tercero y último, el 14 de 1910.

Momentos en que el Presidente de la República de Panamá dirige su discurso
que inaugura el nuevo Hospital Santop Tomás.

La Maternidad fue ordenada por la Ley 24 de 1904, expedida por la Convención Nacional, ley que lleva la firma de nuestro progresista médico Dr. Luis de Roux (1871-1840), como Presidente de ella, a la que el Poder Ejecutivo dio pronto cumplimiento estableciéndola dentro del patio del mismo Hospital de Santo Tomás y nombrando su primer Jefe al Doctor Raúl A. Amador, panameño, hijo del primer Presidente de la República.

Por el Decreto Ejecutivo número 58, de 6 de diciembre de 1908, se desarrolló y reglamentó la Ley 43 de 1906, y se abrió la Escuela de Obstetricia, en la dicha Maternidad, cuyo primer Director lo fue el doctor Julio Icaza, panameño, en cuya memoria existe hoy una sala en el nuevo edificio del Hospital de Santo Tomás. A su muerte el Gobierno nacional le rindió honores por el Decreto número 60, de 6 de noviembre de 1909. En su lugar fue nombrado el Doctor Ciro Luis Urriola (1863-1922), también panameño.

Al superintendente Doctor Pedro de Obarrío, le siguió en 1911 el Doctor B. W. Cadwell, a este el doctor W. B. Pierce y por último el Mayor Edgar A. Bocock, todos ciudadanos norteamericanos.

Con motivo de la supresión de los Hospitales de la Zona del Canal y el de la ciudad de Colón, el aumento de pacientes en el Hospital de Santo Tomás se hizo cada día mayor, a tal extremo que varias de las dependencias que constituían ese establecimiento no fueron suficientes para el objeto a que fueron destinadas, y por ello el Secretario de Fomento y Obras Públicas, en la Memoria que en el año 1916 presentó a la Asamblea Nacional de Panamá, pidió la construcción de un local de mayor capacidad y de acuerdo con los adelantos modernos, para albergar en él a todos los que reclamaban los auxilios de la ciencia.

Se resolvió construir el nuevo Hospital de Santo Tomás en “El Hatillo”, en un punto elevado que da frente al Océano Pacífico. La colocación de la primera piedra tuvo lugar el 15 de noviembre de 1919, por el Primer Designado, Encargado del Poder Ejecutivo, Doctor Belisario Porras y la inauguración se verificó el 1º de septiembre de 1924, por el mismo Doctor Porras, siendo Presidente titular de la República, y su Secretario de Estado en el despacho de Fomento y Obras Públicas, el Coronel Juan Antonio Jiménez.

Santo Tomás de Villanueva,
Patrono del Hospital.
Este importante acto revistió los caracteres de una fiesta nacional.

El Poder Ejecutivo dictó los Decretos números 44, 45, y 46 de 1º y 10 de noviembre y 1º de diciembre de 1919, respectivamente, por medio de los cuales se ordenó la construcción y se creó una Junta de Vigilancia y Fiscalización de los trabajos de construcción del nuevo Hospital de Santo Tomás, el deber de inspeccionar y vigilar todas las obras necesarias para dar cima a aquel nuevo edificio destinado al alivio y curación de los enfermos de todas las clases sociales; de los que tienen recursos y de los que no los tienen disponiendo que todos los gastos que tal obra ocasionaren fuesen cubiertos con el producto de la Lotería Nacional de Beneficencia.

Posteriormente se consideró que el más alto cuerpo de la República autorizara esta disposición del Poder Ejecutivo y con este objeto se dictó la Ley 6ª. De 1920, de 28 de enero, confirmatoria de tal autorización.

En el período comprendido entre los meses de julio a agosto de 1924, se llevaron a cabo los preparativos necesarios para la instalación del Hospital de Santo Tomás en sus nuevos edificios.

Como consecuencia de dicha innovación, se oyeron cambios en el personal del establecimiento. Entre ellos el de mayor importancia fue el superintendente, que tuvo lugar el 14 de octubre de 1924, día en que se hizo cargo de la nueva institución el doctor Alfonso Preciado, panameño.

La suma gastada en la construcción del nuevo Hospital y sus anexidades, desde el comienzo de la obra hasta el día 30 de junio de 1926, ascendió a la suma de B/. 3,194.698.77.

Tal es, a grandes rasgos, la historia de la actividad hospitalaria en Panamá y en particular la del Hospital de Santo Tomás.



“ESTE HOSPITAL ES UN HOMENAJE A LOS HUMILDES DE MI PAÍS”


DISCURSO Pronunciado por el Excelentísimo Señor Dr. Don BELISARIO PORRAS en la inauguración del NUEVO HOSPITAL DE SANTO TOMÁS

NOBLES DAMAS Y DISTINGUIDOS CABALLEROS:


SEÑORES TODOS:

Dr. Belisario Porras. Primer Presidente de Panamá
y fundador del Hospital Santo Tomás.

No sé bien en dónde, porque no he tenido tiempo de rectificarlo o confirmarlo; no sé bien en dónde he leído que hay en el mundo una verdad mortificante que debiera enseñar a los sabios a seres humildes, y esa verdad es la de que muchos de los más valiosos descubrimientos que se han alcanzado han sido casi siempre el resultado de una pura casualidad. El gran Newton, de quien se dice que descubrió la ley de la gravitación universal, al ver caer, acostado debajo de un manzano, uno de sus frutos, solía decir modestamente esto: “Si yo he hecho alguna vez algún valioso descubrimiento ha sido debido mucho más a mi paciente atención que a ningún otro talento”.


He comenzado haciéndoos tal recuerdo porque deseo imponeros de cómo… descubrí?... o advertí la necesidad imperiosa de construir este Hospital de Santo Tomás modelo. Escuchadme y lo sabréis.


Tengo en el caserío de Cocobolas, en Las Tablas, un amigo y pariente a quien he querido vivamente, descendiente de puros españoles, de padres a hijos, en unas seis generaciones, desde los tiempos coloniales. Es un hombre blanco y rubio, alto y musculoso y fuerte, muy inteligente y muy valiente; cuentero, coplero y poeta o ministril del campo. Viajar con él es de lo más entretenido. Durante la revolución fue Jefe de Brigada y debido a él nunca sentimos los rigores de las marchas en caballos cansados o a pie, o de los acantonamientos bajo el agua o sobre el agua. Qué sus cuentos era de desternillarse de risa, oyéndole el de Los Churucos o del Micho Colorado. Bocaccio no compuso nunca uno igual.


Pues bien, había llegado yo al Poder por la voluntad y adhesión inquebrantables del más noble, fiel y leal pueblo en el mundo y Toto, que así le dicen a mi amigo por cariño, estaba deseoso de venir a Panamá a verme sentado en la silla, según su expresión gráfica, cuando he aquí que llegó a mis oídos la terrible noticia de su desgracia.


Había una fiesta de toros en mi pueblo natal, de las que hay siempre allá por el 20 de julio de cada año, dedicada a la amada patrona del pueblo, Santa Librada. Los portales todos de las casas de la plaza del pueblo estaban defendidos por barreras de cañas y por fuertes barrotes. El toro bravo estaba en la plaza y había ya tumbado y corneado a muchos. Tenía lugar el interregno que precede a la pegada de la banderilla y había una gran expectación. De pronto una viejecita bajó de uno de los portales y se decidió a cruzar una esquina de la plaza por la base del triángulo. El toro, que andaba cerca de ese sitio, se precipitó sobre ella, derribándola y se preparaba ya para acabarla en el suelo, cuando he aquí que salta de la barrera de un portal vecino un hombre blanco y rubio, alto y musculoso y fuerte, que se abalanza sobre el toro, se acerca a él por detrás, lo agarra con ambas manos por la cola, lo tira hacia sí con tal fuerza que se le echa encima y cae debajo de él… Un grito agudo, doloroso, se oyó como el de un destripado, grito que fue seguido de un vocerío inmenso de más de tres o cuatro mil gargantas que resonó tremendo por todos los ámbitos. El gentío se precipitó luego de todos los portales hacia el sitio del horrible drama, ahuyenta al fiero animal y recoge a Toto con ambas piernas rotas. Desconsolador espectáculo fue el de ver a aquel hombre singular, blanco y rubio, alto, musculoso y fuerte, que no se podía poner en pie. El pesar de la multitud fue hondo, y lo fue así, no tanto por lo amado de todos que era aquel hombre malherido, cuanto por su acción generosa, noble y desinteresada, por su sacrificio por una pobre y desvalida mujer. Lo llevaron en camilla a su casa, a Cocobolas, y cuando llegó hasta mí la noticia de que los curanderos de mi pueblo, unos nuevos doctores Sangredo, se proponía colgarlo por las piernas de la solera de su casa para enderezárselas, entristecido, le escribí, llamándolo, con el ofrecimiento de hacerlo llevar en camilla al puerto, embarcarlo en nave especial, desembarcarlo aquí del propio modo y llevarlo a nuestro Hospital de Santo Tomás para que sabios cirujanos lo curaran. El me contesto así:


“Imposible, mi dotol, yo no iré a su Hospital, que es a mi vel la puerta de entrada al cementerio de la ciudad. Déjeme moril aquí…”


Aunque esta respuesta me desconcertó un poco, insistí en que viniera mi amigo y me dirigí al Hospital de Santo Tomás, que no había visto nunca, a visitarlo y a escoger un cuarto adecuado para él. A pesar de las reparaciones y ensanche que le habían hecho, por acuerdo, hacía unos siete años, entre las autoridades de la República y las de la Zona del Canal, el antiguo Asilo fundado en 1694 por el Ilustrísimo señor Obidspo D. Diego Ladrón de Guevara –a doscientas varas del cementerio de la ciudad- destinado en ese tiempo para mujeres pobres y luego para hombres igualmente pobres, que regentaron por mucho tiempo las hermanas de la Caridad, me pareció una desgracia, y conviene con Toto en que tenía que ser, sin duda ninguna, la puerta de entrada al cementerio de la ciudad.


Todo el mundo sabe que ese Hospital que desde 1519, a raíz de la fundación de Panamá la Vieja, y más tarde desde 1694 a poco de la fundación de Panamá La Nueva, figuró como asilo para enfermos pobres, era la más antigua institución de su clase en toda nuestra América, y por eso, a pesar de sus reparaciones, se estaba deshaciendo... Por lo demás, colocado en el centro de la parte más bulliciosa y polvorienta de la ciudad, con una vuelta del tranvía en frente de su entrada principal, con el rechinar de las ruedas de éste en los rieles, con el ruido de las bocinas de los carros, con los gritos de las vendedores ambulantes de dulces y frutas, en una calle sin aire y de calor sofocante, por donde transitan las carrozas de los muertos y los enlutados acompañantes, más que Hospital me pareció uno de los círculos del infierno del Dante, en donde agonizaban, atormentados, numerosos desgraciados… Entristecido, pensé en un nuevo Hospital, y Toto se quedó en Las Tablas, en donde logró al fin enderezarse las piernas quebradas, tal vez colgado de la solera de su casa por unos cuantos curanderos, nuevos Doctores Sangredo, de mi pueblo natal…
Dr, Alonso Preciado, primer director
del Santo Tomás, 1924


¿Cómo hacer en un país pobre como el nuestro? Había un gran recurso; el convertir la Lotería existente, cuya concesión estaba ya a punto concluir, en Lotería Nacional de Beneficencia, y así se hizo, logrando, por la sabia organización que se le dio, que produjera anualmente muy cerca de un millón de balboas. La lucha fue dura y cruel y los sufrimientos incontables. ¿Para qué referirlo? Insultos a mañana y tarde, y resistencias formidables, inauditas, por otra, en contra de su establecimiento; pero se estableció por la ley y con su producto hemos hecho grandes cosas. Sostenemos debidamente el Hospital que tenemos y nueve más provinciales de emergencia que hemos fundado; sacamos de la vecindad de la Zahurda el Asilo de Bolívar, de Desamparados, y los sostenemos hoy en vastos terrenos que le hemos dado, con numerosas viviendas, una hermosa capilla e instalaciones de agua y de luz en las afueras de la ciudad. Sostenemos los leprosos y los locos que internamos den Palo Seco y en Corozar. Subvencionamos a las Hermanitas de la Caridad en Colón y a las de Panamá, del propio modo que al Hospicio de los buenos Hermanos Salesianos, a la Cruz Roja Nacional, a los Talleres Escuelas, y a la Sociedad de San Vicente de Paúl; hemos fundado y sostenemos dos Asilos más, el Huérfanas de las excelentes Hermanitas de María Auxiliadora y el de la infancia desvalida de las dulces Madrecitas Bethlemitas. A pesar de las esplendideces empleadas, con tan numerosos establecimientos de beneficencia, con el saldo que nos venía quedando en seis años hemos podido gastar cerca de tres millones de balboas en levantar este bello y útil monumento, que no sólo una obra de beneficencia y caridad sino del propio modo de ornato, de embellecimiento, de alto patriotismo y de profundo amor.


He podido juzgar por mí mismo y por mis observaciones con los demás, que para ser buen ciudadano es preciso ser inteligente y musculoso y fuerte, emprendedor y valiente, y poseer las perspectivas de la felicidad, y nada de esto se puede alcanzar sin un alma sana y vigorosa, completamente sana, como dicen los pedagogos, en un cuerpo perfectamente sano también. Estimo que esta es una ley física y moral por todas partes, más sensible todavía con los hombres que habitan, como nosotros, en la Zona ardiente de los trópicos, pues el calor excesivo y permanente, así como el sudor, son suficientes para extenuarlos, incapacitarlos y reducirlos a la más completa impotencia.

Esta fotografía nos muestra los jardines del hospita ST
 poco tiempo de haber sido inaugurado



De modo que por sobre todos los problemas, las sociedades humanas deben desempeñarse en resolver el de la conservación de un cuerpo perfecto de la raza para lograr coronarlo con un cerebro perfecto y una voluntad firme y viril y una imaginación vivaz. La mayor parte de las dificultades provienen de su mal estado de salud. Sin salud, la vida no es vida; es un sufrimiento y una desesperanza; es una carga pesada para uno mismo, para su familia y para los demás. Es el bien negativo que no se aprecia sino cuando lo perdemos. Es el alma de todos los goces de la vida y el sustentáculo de todos nuestros deberes. Sin ella no hay conciencia, que es la raíz del carácter, ni hay carácter, ni hay valor, que es lo más esencial del carácter, ni hay razonamientos, que son los resultados del valor.
Así, pues, las dos grandes cosas que los maestros deben enseñar a sus discípulos son la moralidad y la salud. Sangre limpia y pura y buenas costumbres. No se pueden poseer alegrías y virtudes sin salud y es bien sabido que la alegría es la madre cariñosa de todas las esperanzas y la virtud, el alma de nuestras democracias.

De algún viejo experimentado, o de algún médico amigo he oído decir que una buena digestión es tan obligatoria como una buena conciencia y que sangre limpia y pura, sin lepra o sin sífilis, sin infecciones microbianas, es tan parte de la humanidad como una fe pura e inquebrantable.


Convencido de todo esto y de que no hay nada, absolutamente nada, más importante para nuestro país como la buena salud de sus hombres y mujeres, me puse a la obra hace ya seis años, y he aquí, señores, todo lo que hemos hecho en esto: primero, hemos limpiado de uncionaria a nuestro interior mediterráneo, de tal modo que no vemos ya ni muchachos ni hombres pálidos, jipatos, barrigones y perezosos en nuestras provincias, y luego, hemos levantado estos pabellones sorprendentes, como no existen otros en nuestra América, y en medio de ellos, el lindo Laboratorio, que hemos dedicado al sabio cubano Finlay, de puertas tan perfectas, tan bien hechas, tan adecuado y perfecto, que al visitarlo conmigo el sabio médico y profesor Strong, de la Universidad de Harvard, después de recorrerlo y contemplarlo extasiado, se volvió a mí y me dijo con emoción esto:

“Doctor Porras: we have nothing of this in the States”.

Aquí nos encontramos a unos cinco mil metros distantes del cementerio de la ciudad, no en calle estrecha, polvorienta y bulliciosa, sin aires y sin luz, sino al contrario, en un gran espacio, con amplios jardines y calles limpias y aireadas, por donde no pasan las carrozas con cadáveres, ni los acompañantes enlutados y tristes, en donde no se oyen rechinar las ruedas de ningún tranvía, ni los gritos de los vendedores ambulantes, sin ninguna bulla, sino al contrario, en la mayor tranquilidad y en la mayor serenidad, rodeados de dulces comodidades, con espaciosas y frescas habitaciones, con asistencia esmerada, suave y dulce también, a la vista del más bello de los panoramas: el de la ciudad de noche, iluminada y llena de jolgorios y alegrías, y el del mar durante el día, con sus olas irisadas y sus grandes nubes blancas, como grandes motas de algodón; con espejismos que reproducen en el alma los de nuestras caras esperanzas e ilusiones; las naves que llegan con sus velas desplegadas al viento de la mañana, con los productos nativos con el fruto de las faenas finales, y por todo el ambiente, junto con el murmullo de las olas, los cantos de alegría de sentirse fuertes y sanos y buenos y de querer y de poder vivir…

Doña Sabina Cisne de Zaldivar (izq), la primera madre en dar a luz
en el ST. Y Ruth Z. de Admare (der), la primera niña en nacer el día de la inauguración.


Algunos de mis adversarios no han podido perdonarme ni esta obra de caridad dulce y bendecida. No me han insultado por ella, es verdad, como lo hicieron, por ejemplo, por la compra de este terreno cuando la celebración del aniversario del descubrimiento del pacífico, ni cuando el saneamiento y la urbanización de él, ni cuando se construyeron los dos palacios blancos y el de Administración, el de la Normal y el de Educación, no en esta vez no he sido insultado, pero sí dicen a menudo, como adoloridos, en reproche, que se han gastado millones… Es verdad; esta obra enorme e imperecedera ha costado millones… pero debemos reconocer que no han caído a la orilla del camino para ser la presa de otros, ni en rocas, sino en terreno fértil y producirán, seguro estoy, suficientemente para borrar todas las ingratitudes, pudiendo hacer con ellos, como hemos hecho, una obra de belleza y de gracia que hará mucho mejor de lo que es a mi país, con esta particularidad, que el enorme cerro de balboas que representan no ha sido tomado de las rentas ordinarias, ni ha implicado sacrificios para nadie, sino que simplemente y puramente (excusadme que lo diga) fue fraguado, fabricado, amontonado o forjado con energías inintimidables y entregado luego a la Nación por una integridad y patriotismo incontrastable, para realizar con él este imperecedero monumento de amor y para otros muchos (pues la mina es inagotable) que levantarán mis sucesores con el mismo entusiasmo y la misma indomable decisión que se ha desplegado con éste. De estos monumentos me atrevo desde luego a pedir sea llevado a cabo, de los primeros, el Instituto Gorgas, que fue acordado, delineado y resuelto ya por mi Gobierno y constituye la más valiosa deuda de gratitud para con el hombre, todo bondad, que nos enseñó a vivir alegres y sanos, fuertes, emprendedores y felices.

Señores:


También yo tengo una deuda inmensa de gratitud que he querido pagar, y esta es con el pueblo de mi país, y sobre todo, con la parte más humilde de este pueblo que ha sido conmigo tan adicto, tan firme y tan fiel, y me ha parecido que nunca podría pagar mejor esa deuda como dedicándole estos Palacios que, a la vez que mansiones de la Caridad, lo son también de la Salud, que es la fuente segura de la inteligencia, del carácter y del valor. Al inaugurarlo hoy, como lo hago, a nombre de la República, quiero rendirles a los humildes, pequeños y tristes del pueblo de mi país, el homenaje más ferviente de mi corazón con esta dedicatoria de amor y de sincera gratitud.


El día 1º de septiembre de 1924.


(Fuente: Libro de Oro, editado por la Coorporación Publicitaria, S.A., empreso en los talleres de Litho-Impresora panamá S.A., 1974).

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